28.12.09

Métodos de La lectora

foto: Lali






Leer un libro por primera vez es conocer un amigo;
leerlo por segunda vez es encontrar un viejo amigo.
Proverbio chino.
Escoger cualquier libro
por el que uno haya pasado ya
una, dos, varias veces. Abrirlo.
Sentir el olor de sus páginas
y reconocerlo como haría
cualquier mamífero
al reencontrase con un viejo amigo
sea o no de su especie.
Buscar la firma que uno mismo hizo
probablemente en la primera hoja
hace ya algunos años
y que estará metida en el papel
como una cicatriz
o un tatuaje.
Tocarla, sentir su relieve
y luego,
dar un paseo lento por las páginas.
Permitir que aquello
que en lecturas pasadas percibimos,
aflore. No hay que extrañarse si
una nota al margen
(hecha con la misma lapicera
con que, al inicio, trazamos nuestro nombre)
nos brinda alguna pista
sobre lo que pensábamos
años atrás al leer
el mismo ejemplar.
Sonreír si eso ocurre.
Pero entonces
en la esquina inferior de una página
una mancha de mate
verde y aguada como una laguna,
surge y despliega
-parece un origami que brota desde el libro-
una tarde en la plaza,
la lona sobre el césped,
la mano de mi amigo tropezando con el mate.
Y sí,
su perfume
ha quedado prendido en las letras de esa página.

También en:
Los martes miento N 185 (revista virtual semanal)



15.12.09

La lectora sacando el boleto

foto: Lali


El amor a la lectura permite que el hombre


cambie los momentos monótonos de la vida por momentos de placer.

Charles de Montesquieu
(1689-1755), filósofo francés.


Subir a un colectivo en la hora pico puede ser comparable a hacer malabarismos en una cuerda floja. Mientras emboca las moneditas en la máquina, el vehículo arranca y frena alternadamente. Pero nada es suficiente para que la lectora se desprenda de la página. Una a una caen las monedas en la máquina y una a una continúan pasando las palabras de sus ojos a su mente, o a dondequiera que vayan una vez que están en su interior.


También en:
Los martes miento N 180 (revista virtual semanal)

La lectora en el puente

foto: Lali


Siempre nos gusta salir un poco de nosotros mismos,


viajar, cuando leemos.

Marcel Proust
(1871-1922), escritor francés.


Un hueco se abre en su agenda, algún compromiso suspendido que le regala, de un momento a otro, un par de horas libres. Va hacia el río con la idea de sentarse en algún banquito al sol. Antes de llegar al banquito, se topa con un puente. Los puentes hacen que uno no se encuentre ni en tierra, ni en agua, ni en aire, al tiempo que está en todos esos lugares a la vez. Abre el libro mientras cruza el puente, y algo ocurre. El puente, que normalmente la llevaría hacia el otro lado, la conduce hacia las páginas que la despiertan como lectora.

También en:

La lectora en la escalera

foto: Lali


Bombón relleno


con diecisiete sílabas
llamado "haiku".

Definición anónima del haiku, poema tradicional japonés.


¿Cuánto tiempo cabe en una escalera mecánica? La escalera baja con pequeñas pulsaciones hacia el subterráneo. Ella se deja conducir por la línea diagonal y sistemática. Cada escalón en movimiento contiene un segundo y la lectora se apodera de esas fracciones de tiempo, las recoge entre sus manos y abre el libro.
En el lapso en que la escalera la lleva del molinete al andén, cabe un haiku. La lectora lo saborea como un bombón de chocolate con menta que te obsequian hacia el final de una tarde primaveral.


También en:
Los martes miento N 178 (revista virtual semanal)

La lectora en la torre

foto: Lali
No existe mejor fragata que un libro
para llevarnos a tierras lejanas.
Emily Dickinson
(1830-1886), escritora estadounidense.


Ella entra al palacio y va directo a la escalera. Tal vez busque pasar el nivel de la ciudad, llegar a una altura donde haya menos pensamientos revoloteando en el aire. El corazón se le acelera. Alcanza la torre y sale a un balcón amplio. En la soledad de la altura, más allá de las cúpulas y las terrazas, el aire pasa libre entre sus ojos y las páginas. Su mirada se transporta hasta posarse en las palabras y, con ellas, levantar vuelo.






Gracias a Miqueas Thärigen, del Palacio Barolo

La lectora en el subte

foto: Lali


Un libro es como un jardín 
que se lleva en el bolso.
Proverbio árabe


Tarde de calor en Buenos Aires. Ella se lanza a la boca del subterráneo. Una boca con dientes húmedos y rieles ruidosos. El aire es denso. El suelo, pegoteado. El techo, cada segundo, parece descender un poco más. Son las cinco y media de la tarde y su entorno se ve desesperado: los gestos de los pasajeros demuestran que todos querrían estar en otro lugar. Sin embargo, a ella se la nota plácida, sabe que sus tareas se detendrán durante los próximos minutos, o al menos se reducirán a poner atención en mantenerse de pie.
Llega el subte. Entra. Una vez dentro, hunde la mano en la cartera. Ahí está él. Lo saca como disculpándose por haberlo dejado toda la tarde olvidado y a oscuras. Abre sus páginas y el vagón se desvanece. La lectora se transporta bajo las calles de la ciudad, hacia un mundo de letras vivas que se mueven entre su mente y su piel.

También en:
Plume Magazine

La lectora en la Nueve de Julio

foto: Lali


Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir;


yo me jacto de aquellos que me fue dado leer.

Jorge Luis Borges
(1899-1986), escritor argentino.


La ciudad de Buenos Aires, en su totalidad, tiene centenas de sitios aptos para la lectura o la locura, según lo que uno escoja.
Ella camina con un libro en la cartera. Al llevarlo, el ejemplar es un simple objeto. Permanece en silencio como todo libro cerrado, y puede ser usado como pisapapeles, posavasos o pequeño techo provisorio si nos sorprende la lluvia en la calle. Sólo se transforma cuando un lector ávido lo abre, y eso es justo lo que ella quiere: ser inmediatamente esa lectora que transmute el objeto en libro. Mientras camina, se pregunta en qué lugar se detendrá a abrir su cartera, rescatar el libro y zambullirse en las páginas. No tarda en encontrarlo. En el medio de la Avenida Nueve de Julio, una pequeña elevación de la calle la invita a tomarse unos minutos. El mundo se detiene entre los autos, y la lectora se aleja por los renglones de otra historia.


También en:
Plume Magazine

La lectora en la calle Florida

foto: Lali


El lector puede ser considerado el personaje principal de la novela,


en igualdad con el autor; sin él no se hace nada.

Elsa Triolet
(1896-1970), escritora francesa.



La lectora camina a toda prisa por el microcentro, anhelando que llegue el momento de retomar la lectura. Dobla en Rivadavia y con total agilidad evita pozos y baldosas flojas. Sus zapatos se adhieren al suelo por el tiempo efímero de cada paso. Las vidrieras luminosas pasan a su lado, una tras otra, pero sus ojos no las ven. Deambula abstraída. Si pudiéramos entrar en su cabeza, nos encontraríamos con una página que espera y agita sus letras con ansiedad. Ella tiene muy presente en qué parte de la historia se detuvo, qué personaje cautiva su atención y a dónde quiere volver lo antes posible. Llega a Florida e involuntariamente disminuye la velocidad. En la peatonal hay tanta gente por metro cuadrado que por más que quisiera no podría avanzar demasiado. Pero no quiere, porque en estos momentos de casi inmovilidad encuentra una oportunidad y sin dudarlo, la toma. Abre el ejemplar deseado, busca la última página leída y el mundo se despliega frente a sus ojos. El bullicio del gentío se aleja como si pasara a otra dimensión. No sabemos si es la ciudad o la lectora la que cambia de plano.
En la peatonal agitada, ella se deja llevar por el silencio ideal para retomar su lectura.



También en:
Los martes miento N 174 (revista virtual semanal)